domingo, 30 de julio de 2017

Silencio

La habitación huele al desayuno que acaban de subirnos y que aún no hemos tocado. Café solo, doble y sin azúcar. Leche templada, un sobre de Cola-Cao y tostadas recién hechas con tomate y aceite.

Estamos sentados frente a frente. Tú, con la espalda apoyada contra el cabecero. Yo, con las piernas cruzadas a los pies de la cama. Estamos en silencio. Es una situación un tanto peculiar. Hace tres días, como aquel que dice, ninguno de los dos sabía de la existencia del otro. Y ahora míranos. Parecemos dos personajes de novela barata escrita por un aficionado con resaca un domingo cualquiera.

Me aguantas la mirada de una manera que me invita a acercarme. Y eso hago. Lo primero que supe de ti, es que tu sonrisa, o eso decías, era falsa. Eso es porque nunca has visto el brillo de tus ojos jugando con la luz del sol que entra por la ventana. Tienen un color difícil de explicar y menos aún a estas horas.

Tratas de decir algo, pero no te dejo. Mi dedo índice apoyado en tus labios te hace callar. De fondo se oye el mar chocando contra los pilares del hotel. Dejamos que su suave ronroneo se instale entre nosotros. Un mechón te cae sobre la cara y lo apartas al instante. Nuestras manos se rozan como si llevaran buscándose una eternidad que acaba de terminar, desatando una magia que hasta ese momento había permanecido oculta, tal vez por timidez o torpeza.

Volvemos a mirarnos, buceando cada uno en las pupilas del otro. Veo mi reflejo en las tuyas. Supongo que tú también en las mías, pero deja que te describa. Siempre me ha gustado jugar a eso, a explicar con pocas palabras aquello que ni mil imágenes podrían decir. El pelo cayéndote sobre el hombro izquierdo, la barbilla algo levantada, dejando a la vista un cuello que suena suave en mi imaginación.

Sin ser consciente de ello, mi mano acaricia tus mejillas. Es un acto involuntario, deliberado pero sin premeditación. Tus pómulos se deslizan bajo la yema de mis dedos como si estuvieran hechos precisamente para eso. Para jugar al escondite entre ellos, mientras que nosotros seguimos bebiéndonos el silencio que nos rodea y la distancia que nos separa.

Estamos cerca el uno del otro. Nunca antes lo habíamos estado antes. Ni siquiera la noche anterior cuando emprendimos la huida de todo cuanto nos rodeaba y marcaba nuestro día a día. Eso sí que fue un acto impulsivo. Loco incluso. Casi dos desconocidos que se embarcaban en una historia aún por escribir frente a dos platos de comida rápida en una estación de tren. Sí, ya sé que todo no empezó precisamente como en un cuento de hadas. Tal vez un marmitako y un buen vino habría sido un comienzo más interesante. Lo sé, pero nunca he sido amigo de buenos prólogos sino de mejores finales.

Nos acercamos un poco más, tanto que casi llegamos a besarnos. Cierro los ojos, me humedezco los labios y trato de recorrer esos pocos milímetros que me separan de ti en el menor tiempo posible.


Y entonces, en lugar de ello, el molesto zumbido del despertador me obliga a abrir los ojos y parpadear tratando de enfocar lo que me rodea. No. No estoy en una habitación de ensueño con bonitas vistas al mar. Tampoco estás a mi lado. El aire no huele a café y pan recién tostado. Sólo a tabaco y soledad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario